Primer dolor del Corazón de Jesús
Comunión indigna y traición de Judas
Estando ellos cenando, tomó Jesús el pan y lo bendijo, lo
partió, y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed: este es mi cuerpo
(Mat., cap 26)
1er preludio. Entra alma mía, respetuosamente en el cenáculo
y contempla a Jesús sentado en la mesa con sus discípulos, dándoles por comida
su mismo cuerpo, aun al traidor Judas.
2do preludio. ¡Oh Jesús! Haz que comprenda la necesidad que
hay de probarse a sí mismo para no recibir indignamente el don eucarístico; y
presérvame d ela desdicha de la mala comunión.
Consideración
Jesús sabía que Judas había formado designio de hacerle
traición y de ponerlo en manos de sus más crueles enemigos para darle muerte;
sin embargo: sin embargo, este bondadoso Salvador lo admite a su mesa y al
mismo convite en que iba instituir el adorable sacramento de s cuerpo y de su
sangre; por el cual, antes de morir, había de dar a sus apóstoles la última
prueba de su ardiente amor.
En efecto, habiendo instituido el sacramento de la
Eucaristía, da la Sagrada Comunión a sus apóstoles, sin exceptuar al alevoso
profanador, no queriendo por su excesiva bondad escandalizarlo con una ruidosa
repulsa y a fin de darle tiempo a que se arrepintiese de su horrendo crimen a la
vista de tal miramiento.
¡Cuales serían los sentimientos y el dolor de este adorable
Salvador, cuando llevándose a sí mismo, en sus propias manos, se depositó en la
boca sacrílega de aquel traidor! ¡Y qué morada tan triste no hizo en el corazón
de este pérfido, después de haber pasado por su detestable lengua, con la cual,
dentro de un momento, debía tratar su muerte y vender su sangre a un vil
precio! Así es, que a pesar de su extrema caridad, lanza al tránsfuga esta
aterradora palabra: ¡Oh hombre desgraciado! Mas ¿quién es este hombre, sino el
que come el Pan de los Ángeles con el corazón aun manchado por sus pasiones,
sin humildad, sin arrepentimiento, sin amor, y en cierto modo volviendo luego a
entregar a las profanaciones del mundo a Dios, que acaba de recibir: “no
sabiendo discernir el cuerpo del Señor, come y bebe su propio juicio”.
Coloquio. ¿Quién no temblará, Señor, a vista del traidor
Judas? ¡Un discípulo, un apóstol, el confidente de tus secretos, te recibe
indignamente! ¡Dios mío, yo no soy digno de que entres en mi pobre morada, pero
te diré con las hermanas de Lázaro: el que amas esta enfermo. Heme aquí, ¡oh
médico divino! Cubierto de las heridas que me han hecho mis pecados! Y yo vengo
a Ti para que me sanes; Tú lo puedes y creo que esta es tu voluntad.
Propósito: Acercarse siempre al banquete eucarístico con el
corazón purificado por la gracias de la absolución; prepararse cuidadosamente a
la comunión y examinar a menudo los frutos que sacan de ella.
Ramillete espiritual. Que el hombre se pruebe a sí mismo.
Oración
Acuérdate, ¡Oh dulcísimo y amado Jesús ¡ que nunca se oyó
decir a cuantos han recurrido a tu benignísimo corazón, pedido sus auxilios e
implorado su misericordia, que hayan sido desamparados. Animado con esta misma
confianza, ¡Oh Rey de los corazones! Corro y vengo a ti y, gimiendo bajo el
peso de mis pecados, me postro ante T; oh divino Corazón, no desoigas mis
oraciones; ante bien, dígnate acceder a ellas. Muéstranos oh amorosisimo Jesús,
que tu adorable Corazón es el corazón del Padre más tierno, y que aquel que se
dignó enviarte para obrar nuestra Salvación, acepte por Ti nuestras plegarias.
Amén.
La traición de Judas
Acercándose Judas a Jesús, le dijo: Dios te guarde, Maestro,
y le beso. Díjole Jesús: amigo ¿a qué has venido?
1er preludio. Figúrate, alma mía que ves el jardín de los
Olivos donde reina un silencio profundo. Es cerca de la media noche cuando
llegaron los enemigos de Jesús. Judas se acerca a él y lo abraza.
2do preludio. Haz, ¡oh Salvador mío! Que comprenda cuán
culpable es el alma que te traiciona, abusando de tus gracias, y los
formidables castigos que le están reservados.
Consideración
Judas, discípulo de Jesús,
revestido de la dignidad soberana del apostolado, admitido a su mesa, y
teniendo toda su confianza, se deja dominar por una vil pasión y se hace el
guía de los enemigos de su Salvador. Vende a su divino Maestro y comete la más
negra traición, sirviéndose del ósculo de paz para entregarlo en manos de los
príncipes de los sacerdotes. Este mansísimo cordero lo recibe, no obstante que
conocía la horrenda intención de aquel pérfido, y lo trata con el dulce nombre
de amigo. ¿Amigo, a que has venido? ¡Que herida tan penetrante no sería esta en
su amante Corazón! ¡Oh Dios mío, si has manifestado tanta bondad a un enemigo, a un servidor infiel; si has
hecho tan grandes cosas para desviarle de su pecado, ¿qué no deben esperar de
ti los que, después de haber tenido la desgracia de ofenderte, te buscan de
todo corazón?. Judas, después de haber consumado su crimen, lleno de
desesperación se da la muerte. Este
pérfido apóstol había cerrado sus oídos a las amistosas palabras por las cuales
Jesús había querido ablandar su duro corazón, y, creyendo superado irremisible,
consuma su eterna reprobación. He aquí lo que obra la tentación en las personas
que, después de haber sido colmadas de gracias, vuelven a las infidelidades:
acostumbradas a las bondades del Señor, de las cuales han abusado, nada les
conmueve, ni el lenguaje de la fe, ni las piadosas exhortaciones, ni los
caritativos avisos. La voz de Dios bondadoso que las llama y que desea
perdonarlas no es oída; de modo que estas almas infieles se persuaden de que su
salvación es imposible. ¡Cuan peligrosos son estos pensamientos de
desesperación! Temamos y evitemos la ocasión de caer en el pecado; pero, si
olvidando la justicia de Dios, tuviésemos la desgracia de cometer alguna falta,
recurramos a su infinita misericordia.
Coloquio, ¡Oh Salvador mío! No pernitas jamás que yo renueve,
abusando de tus gracias, la traición que
detesto en el pérfido discípulo: antes haz que recordando los beneficios con
que me has colmado, o sea siempre constante y fiel; más si yo por fragilidad,
alguna vez tuviese la desdicha de ofenderte, haz que me arroje, lleno de
confianza, en los brazos de tu excesiva caridad para recibir de Ti el perdón.
Propósito. A menudo recordaré la bondad de Jesús, al recibir
el ósculo del traidor Judas; me compadeceré del acerbo dolor que sintió
entonces el amante Corazón del que experimenta aun parte de los que le
traicionan de nuevo en el sacramento de la Eucaristía.
Ramillete espirtual: ¿Amigo mío a qué has venido?
Padre Nuestro y Ave María...
Segundo dolor del Corazón de Jesús
Comenzó a atemorizarse y a angustiarse, diciendo: Triste
está mi alma hasta la muerte… Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz…
Mas no se haga mi voluntad sino la tuya… (Mateo, cap. 26).
1er preludio. Figúrate aun, alma mía, que estás en el jardín
de los Olivos, y cerca de ti a Jesús, triste, agonizante y un ángel que le
conforta.
2do preludio. ¡Oh Salvador mío! Haz que, tomando parte en el
profundo dolor en que fuiste sumergido, obtenga el favor especial de ser
asociados a los tres discípulos testigos de tu agonía.
Considera, alma mía, que si las afrentas y suplicios que
nuestro divino redentor iba a padecer atormentaban y afligían su amante
Corazón, no eran estas las penas que más sentía, pues siempre había deseado
apasionadamente el dar la vida por los hombres, y muchas veces lo había
significado diciendo: Con un bautismo de sangre yo he de ser bautizado. ¡Oh! ¡Y
cómo traigo en prensa el Corazón mientras que no lo veo cumplido! Mas lo que
causó en su alma una tristeza mortal fue la ingratitud y desprecio con que los
hombres mirarían este beneficio, el poco fruto que sacarían de su pasión y
muerte, y que siendo esta bastante para salvar infinitos mundos, con todo,
pocos serían los que se aprovecharían de ella. Esta idea es la que lo aflige y
lo acongoja y le hace entrar en agonía; este es el amargo cáliz de que pedía
ser librado, y no de la muerte ni de los acerbos tormentos. Es posible, diría
entre sí el afligido Señor, ¡Oh hombres este es el pago que me han de dar! ¿Es
así como corresponderán al amor con que por ustedes muero? ¡Ah! Si yo supiera
que al ver lo mucho que padezco, dejarían de ofenderme y empezarían a mamarme,
entonces sí que me ofrecería gustoso, no a una sino a mil muertes: mas que
después de tantas penas sufridas por ustedes con tanto amor, me correspondan
con nuevos pecados, y que la sangre que voy a derramar por salvarlos sirva, por
el abuso que de ella harán, para su mayor condenación, este es un tormento que
a mi corazón se hace insufrible.
Agobiado el divino Redentor con esta terrible
representación, se postró con el rostro por tierra, con aquel rostro que es
gloria de los ángeles, y rogaba a Dios, con tanto mayor fervor, cuanto era
mayor su congoja y aflicción. Tanto llego a ésta a oprimirlo, que comenzó a
sudar sangre por todos los poros de su cuerpo con tal abundancia, que bañó con
ella la tierra.¡Oh amor!, ¡O tormento!, ¡Oh Sangre de mi divino Redentor!
Coloquio. ¡Qué es esto, adorable Jesús! Yo no veo en este
huerto ni los azotes, ni espinas, ni clavos que te hieran. ¿Cómo pues te veo
todo ensangrentado? ¡Ah! Sí lo sé, Salvador mío, mis pecados han sido el lagar
que exprimió de tu Corazón toda esa sangre y los crueles verdugos que más te
atormentaron. Perdóname, Jesús mío; y ya que de otro modo no puedo consolarte,
sino por un verdadero arrepentimiento, dame por tu afligido Corazón un dolor
tan grande por haberte disgustado, que me haga llorar día y noche por mi
ingratitud.
Propósito. Ir varias veces al día, por lo menos de corazón,
al pie del tabernáculo a hacer actos de desagravio para reparar la ingratitud
de los hombres y corresponder en cierto modo a las excesivas finezas del
amantísimo Corazón de Jesús.
Ramillete Espiritual. Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz, sin que yo lo beba; mas no
se haga mi voluntad, sino la tuya.
Tercer dolor del Corazón de Jesús
Huída de los apóstoles
Meditación
Entonces todos los discípulos abandonándolo, huyeron (Mat.
C. 26)
1er Preludio. Figúrate, alma mía, a Jesús que ha quedado
solo entre las manos de los soldados, porque todos sus discípulos huyeron
sobrecogidos de temor.
2do Preludio. Señor, presérvame de mi propia debilidad y no
permitas que jamás yo traicione tu causa, ya sea por respeto humano o por amor
propio.
Consideraciones
Mira, alma mía, como preso y atado este mansísimo Cordero se
deja arrastrar por aquellos lobos. ¿Y sus discípulos, dónde están? ¿Qué Hacen?
Si no pueden liberarlo de las manos de sus enemigos, ¿por qué no lo siguen para
atestiguar a lo menos, delante de los jueces su inocencia, y consolarlo con su
compañía? Todos huyeron y lo dejaron solo, después de tantas promesas que le
habían hecho de morir con él. ¡Ah! ¡Cuán sensible debió ser esta fuga al amante
corazón de su buen Maestro! Pues no sólo les había hecho la gracia de
admitirlos en su compañía y de que lo siguiesen a todas partes, sino que
después de haberles dado las mayores pruebas de su singular amor, había puesto
el colmo a sus beneficios, instituyendo por ellos algunas horas antes el más
augusto de los Sacramentos, después de haberles hablado con toda efusión de su
Corazón como lo haría un buen padre en el momento de dejar a sus hijos; y sin
embargo, ellos le abandonan a la primera apariencia del peligro.
¡Oh adorable Jesús! ¡Cuánto debió sufrir tu Corazón en esta
ocasión al verse tan ingratamente abandonado de sus escogidos! En este punto s
ele presentaron, para afligirlo más todas aquellas almas más favorecidas y
privilegiadas por él, que lo habían de abandonar después. Una estas he sido yo
Jesús mío, que después de tantas gracias, luces y favores que he recibido de
ti; después de tantas promesas que en tiempo de tranquilidad te había hecho;
llegado el tiempo de la tentación, te he abandonado por seguir un apetito, por
no privarme de un gusto, por condescender con una pasión Perdóname, Redentor
divino, y recíbeme ahora que, arrepentido, a Ti me vuelvo para no abandonarte
más.
Aquel fino corazón siente vivamente la injusticia hecha a su
ternura, pero siempre dulce, paciente y constante en su caridad inmensa, se
entrega a la muerte por aquellos mismos que se mostraban tan indignos de su
amor. Después de su resurrección, se dignará mostrarse a ellos, llamarlos sus
hermanos y colmarlos de nuevos favores “¡Oh caridad inagotable! ¡Oh amor
infinito de un Dios!
Coloquio. Cuando veo ¡Oh Jesús mío! Conmoverse las más
firmes columnas de la Iglesia a la primera tentación, ¿cómo me fiaré en mis
resoluciones? ¡Cuán grande es la debilidad del hombre y cuán poca cosa es
preciso para hacerlo caer! Yo sobre todo siento toda mi fragilidad; mas cuento
con tus fuerzas a las cuales recurriré, uniéndome íntimamente a tu santísimo
Corazón; de este modo tu amor será mi sostén en las flaquezas y me dará como a
los apóstoles, no sólo valor para reparar mis negligencias pasadas, sino
también la gracia de imitar tu ejemplo cuando reciba alguna ingratitud de las
personas queme so deudoras.
Propósito: En la tentación, procurarme unirme fuertemente a
Jesús para alcanzar la gracia de serle constantemente fiel.
Ramillete espiritual. ¡Oh mi buen Maestro, primero morir que
abandonarte!
Cuarto dolor del Corazón de Jesús
La negación de Pedro
Y pedro le iba siguiendo de lejos hasta llegar al palacio
del Sumo Pontífice. Y Habiendo entrado, estaba sentado con los sirvientes para
ver el fin (Mat. C. 26)
1er preludio. Ve, alma mía, a San Pedro que después de haber
seguido a Jesús a lo lejos se asienta cerca del fuego con los criados del gran
sacerdote.
2do preludio. ¡O Jesús, fuerza de los débiles! Haz que,
desconfiando siempre de mí mismo, me una constantemente a ti para que me
preserves a la desgracia de ofenderte.
Consideración
La primera causa de la caída de San Pedro fue, sin duda su
presunción. Advirtiéndole su divino Maestro que desconfiase de su extrema
debilidad, no teme el peligro, presumiendo demasiado en el amor sensible que la
tenía. ¡Feliz esta grande alma, si desconfiando de ella misma, hubiese buscado
constantemente en Jesús su sostén y su apoyo! Pero, no contando más que con sus
propias fuerzas, bien pronto se intimida al ver a los enemigos de su buen
Maestro; sin embargo, como no quiere abandonarlo, lo sigue; mas desgraciadamente,
no lo hace sino a lo lejos: de este modo, a la primera ocasión habrá una
deplorable caída. ¡Ah! ¿Qué somos sin la asistencia divina? Ante la presencia
de una sirvienta que cree reconocerlo como discípulo de Jesús, el temor se
apodera de él, y el ligero soplo de una simple palabra derriba la roca que no
ha mucho tiempo se prometía arrostrar las olas del mar y sus furiosas
tempestades…
¡O debilidad espantosa de la naturaleza humana! ¿No
desconfiaré constantemente de ti? Pedro, el príncipe de los apóstoles, el jefe
de la Iglesia, niega a su divino Maestro, asegura con juramento que no lo
conoce. ¡Ah! Cuán hondo y cuán amargamente penetró este ultraje en el Corazón
de Jesús. Pero, ¿yo no he tenido también la desgracia de renovar la dolorosa llaga
que recibió del mismo de quien debía esperar más lealtad? Sin embargo, en lugar
de lanzar contra él algún terrible anatema, se apiada de su debilidad, le
dirige una mirada llena de dulzura que penetra su corazón, le convierte
sinceramente y le hace derramar un torrente de lágrimas.
Coloquio. ¡Oh mi buen Maestro! Si como Pedro, ingrato e
infiel, he ultrajado mil veces tu generoso Corazón, también como él he sido
movido por la dulzura y el poder de tu gracia, y así quiero lavar mis
ingratitudes con las lágrimas de mi arrepentimiento. Haz que a ejemplo de este
célebre penitente, mis ojos se conviertan en dos fuentes de lágrimas; más, que
sean lágrimas de amor y que pueda mezclarla con la sangre preciosa que has
derramado por mí.
Propósito. Rogar a menudo a Jesús, que penetre nuestras
almas de la verdadera compunción, y que las anime del espíritu de penitencia.
Ramillete espiritual. Señor, no me dejes caer en tentación.
Padre Nuestro y Ave María...
Quinto dolor del Corazón de Jesús
Su doloroso encuentro con su Santísima Madre
1er Preludio. Figúrate, alma mía, ver la calle de la
Amargura donde se agolpa la multitud, y donde María encuentra a su divino hijo.
2do Preludio: sagrados Corazones de Jesús y de María háganme
la gracia de participar en su dolor y la de ser abrasado en su divino amor.
Consideración
¿Quién podrá expresar el acerbo dolor que experimentó el
amante Corazón de Jesús al volverse a ver con su afligidísima Madre? ¿Qué
sentiría aquel clementísimo Señor cuando alzando los ojos s encontraron con los
de su santísima Madre que la miraban? Oye los tristes gemidos de la
desconsolada Señora, y el grande amor
que le tiene revive. Por decirlo así, en aquel momento. Su corazón queda tan
traspasado con el dolor mortal que le ocasiona la vista lastimosa de su tierna
Madre, y su afligida imagen s ele imprime con tal viveza que detiene algo sus
pasos y le hace experimentar las angustias de la muerte. Pero lo que más agrava
su tormento interior es saber que lo que seguirá paso a paso aun hasta el lugar
del suplicio. Por eso, este doloroso encuentro, dejos de calmar el dolor de
ambas víctimas, no sirvió sino para aumentarlo. María sufre al ver sufrir a
Jesús; Jesús sufría al ver a María; de este modo, por una recíproca
comunicación de dolor y de amor, estos dos corazones, unidos tan estrechamente,
experimentaron de antemano los rigores de la crucifixión. Oh sufrimientos
incomprensibles, de los cuales los corazones más afligidos apenas pueden
formarse una ligera idea. Ah, y ¿seré insensible a tantos padecimientos, cuando
es por mi amor que se cumplen estos dolorosos misterios? ¿No me compadeceré de
un Salvador y de una Madre que han hecho tan grandes sacrificios por mi
salvación? Sí, a ejemplo suyo, quiero seguir los pasos de mi Redentor, es
preciso que me una a sus trabajos y reciba con paciencia y resignación las
penas que se dignará enviarme. Dios no me prohíbe que sienta cuando pesa sobre
mí su paternal severidad: lo único que desea es que mi voluntad esté siempre
sometida a la suya y que permanezca constantemente fiel a su servicio, a pesar
de la repugnancia que manifestará nuestra viciada naturaleza.
Coloquio: ¡Oh amantísimo Redentor mío! Si yo debiera caminar
sin vos, por el áspero camino del Calvario, me amedrentaría mi debilidad y poco
valor; sin Ti la Cruz es demasiado pesada; es un mal sin consolación y sin
fruto mas, en tu compañía, ¡Oh amor de mi alma! No sólo se vuelve ligera y
amable, sino que también encierra un tesoro infinito. Haz, Oh Dios que me sirva
para unirme íntimamente a ti; entonces, como mi Madre Santísima, te seguiré con
fidelidad, y uniéndome a tus dolores participaré ampliamente de los méritos de
tu pasión.
Propósito: sufrir de buena gana todas las penas y
aflicciones que sobrevengan en unión de Jesús y de María.
Ramillete espiritual: ¡Oh Jesús! ¡Por los acerbos dolores de
tu herido Corazón, ten piedad de nosotros!
Sexto dolor del Corazón de Jesús
María al pie de la Cruz
Y la madre de Jesús estaba en pie cerca de cruz (Juan cap
19)
1er Preludio. Figúrate alma mía a Jesús crucificado sobre la
montaña del Calvario y a María en pie cerca de la cruz.
2do preludio. Oh Jesús, rey de los mártires, haz que mi
corazón, conmovido por la aflicción del tuyo, renuncie para siempre al pecado,
pues sólo él es la causa de nuestros dolores
Consideración
Mira, alma mía a tu divino Redentor, como, en medio de
tantos tormentos, inclina la cabeza hacia la tierra y pone sus moribundos ojos
en su santísima Madre que, llena de amargura y de dolor, estaba al pie de la
cruz. Esta vista traspasó de parte a parte su afligido Corazón y le fue más
insoportable que la misma cruz; siendo aquella Virgen purísima la más amante,
la Más fiel, la más agradecida, la más santa, y por ser la más semejante a Él,
era más digna de su amor que todos los ángeles del cielo, que todos los hombres
de la tierra, y, por consecuencia la más amada. Así, es imposible el dar una
justa idea del acerbo dolor que experimentó aquel fino Corazón, viendo que sus
padecimientos herían profundamente el de su Madre santísima, viendo lo que
sufría y lo que aun le quedaba por sufrir, para cumplir los designios de su
Eterno Padre. Por eso, olvidando sus propios tormentos, quiso darle algún
consuelo: cuidando de ella y dirigiéndole la palabra, hizo que adoptara por
Hijo al discípulo que él amaba, diciéndole: Ahí tienes a tu hijo; y al
discípulo: Ahí tienes a tu Madre, de este modo, nos mandó a todos en la persona
de san Juan, el servirla y honrarla como a nuestra madre. ¡Mira qué mayor
muestra e amor, pues no sólo nos
perdona, sino que, antes de exhalar el último suspiro, nos deja la rica
herencia de su Santísima Madre!
Oigamos ahora lo que esta Señora reveló a Santa Brígida, de
la cruel aflicción que experimentaba el Corazón de Jesús al verla tan angustiada:
“Mi hijo, era de milagrosa complexión, y así batallaba en él la muerte con la
vida. Estando en este combate de infinitas agonías, volvió hacia mí la vista, y
conociendo la grandeza del tormento que padecía mi alma, fue tanta la amargura
y tribulación de su amantísimo Corazón, que rindió a la inefable angustia de la
muerte, según la humanidad, clamó a ese Eterno Padre diciendo: “Padre en tus
manos encomiendo mi espíritu”. ¿No eres tú, pecador abominable el que con tus
crímenes te has hecho el verdugo de estos dos corazones tan puros e inocentes?
Coloquio. Oh Jesús, amor de mi alma, Oh María esperanza y
refugio mío, quítenme las dulzuras de la vida; y ya que pasaron la suya en el
dolor, no permitan que yo acabe la mía sin haber gustado la amargura saludable
de la cruz, pues soy su esclavo, Oh Dios mí, y el hijo de tu sierva, a quien Tú
mismo me diste por madre. Quisiera, amorosísimo Jesús, para darte las debidas
gracias por este singular beneficio, tener una la lengua y un corazón de
serafín. Bendito seas, Dios de misericordia, que para usarla conmigo me has
dado una protectora y una abogada tan poderosa como María.
Propósito: Fijar constantemente nuestra vista en modelos de
perfección; consagrar a su servicio lo
que nos queda de vida y persuadirnos que para ser agradables a Dios, es preciso
imitar a Jesús y María.
Ramillete espiritual.
Jesús dijo a su Madre. Ahí tienes a tu hijo, y al discípulo: ahí tienes
a tu Madre.
Séptimo dolor del Corazón de Jesús
Abandono y desamparo de su Eterno Padre
Y cerca de la hora nona, exclamó Jesús en alta voz, diciendo
Eloí, Eloí, Lamma sabacthani? Esto es, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado? (Mat 27).
1er Preludio. Figúrate aun, alma mía, la montaña del
Calvario y a Jesús pendiente de cruz.
2do Preludio. ¡Oh mi adorable Salvador! Yo te suplico, por
el completo abandono en que quedaste sobre la cruz, que desprendas mi corazón
de todo apego a la criatura, para que, uniéndome estrechamente al tuyo, Tú solo
me bastes.
Consideración
Contempla alma mía, a tu divino Redentor en la mayor aflicción y abandono en que se había visto
hombre alguno en esta vid, y en aquella extremidad en que más se necesita
amparo y consuelo: lo busca en la tierra y no lo encuentra. Sus discípulos y
amigos lo habían abandonado: sólo uno de entre ellos, algunas santas mujeres y
su santísima Madre le acompañaban en su padecer; pero esto no podía darle
ningún consuelo; antes bien, con sus internos dolores aumentaba s aflicción.
Mira a otras partes, y se ve cercado d enemigos que lo burlan, insultan y
blasfeman; alza los ojos y clama al cielo, y el cielo se hace de bronce. En la
agonía había venido a confortarlo un mensajero celestial; más aquí estos
espíritus bienaventurados parecen insensibles a los sufrimientos de su rey… El
Eterno Padre, viéndolo cubierto de nuestros pecados, lo desconoce, por decirlo
así, y lo abandona al furor de sus enemigos; este abandono fue para su Corazón
santísimo el mayor de sus tormentos. De ningún modo se había quejado; mas este
fue tan vehemente y le oprimió de tal modo el Corazón, que no pudo menos que
clamar en alta voz diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Como si dijera ¿Es posible, Señor, que hasta Tú me abandones y conjures contra
mí? Que mis discípulos y mis amigos me abandonen; que los hombres me persigan,
eso no me sorprende; porque son frágiles e ingratos, que no me conocen, ni
saben lo que hacen, pero Tú, Señor, que me amas, que sabes que soy Hijo tuyo,
que padezco por tu gloria y por satisfacer tu justicia, y que muero en esta
cruz para obedecerte, ¿por qué me desamparas?
Afligidísimo y abandonado Redentor mío, ¿por qué, siendo
Dios, quisiste padecer tan cruel tormento? Y si este era tu deseo, ¿por qué te
quejas tan amargamente? ¡Ah! Bien mío, ya te entiendo, quisiste enseñarme, con
tu ejemplo, que no debo desesperar de tu infinita misericordia cuando me vea
privado de las dulzuras que causa en mi alma tu amabilísima presencia; que debo
sufrir con paciencia la privación de las gracias sensibles y los rigores
aparentes de Dios hacia nosotros: pues es para enseñarnos a renunciar a
nosotros mismos, que así lo haces. Señor, seas para siempre bendito porque
quisiste también sufrir este misterioso abandono a fin de reparar nuestra
ingratitud; y bendito sea tu amante Corazón a quien únicamente debo no haber
sido eternamente abandonado de mi Dios.
Coloquio. Adorable Salvador, me avergüenzo de mí mismo, al
verte soportar con una dulzura admirable ese completo abandono. Con tal que por
tus más crueles dolores, Dios sea glorificado y tus hijos arrancados al
infierno, esto te basta: te olvidas de ti mismo y consientes en ser abandonado
del cielo y de la tierra; y yo, ¡Oh Jesús mío! Dominado por el amor propio, no
pienso sino en mí; la más leve contradicción me abate y me hace prorrumpir en
quejas. Mas desde ahora, ¡Oh Dios mío! Tú sólo me bastarás, y mi única
felicidad será hacer tu santísima voluntad.
Propósito. En las penas interiores, en el olvido y abandono
de las criaturas, unirnos estrechamente a Jesús y soportar con él sobre la cruz
este abandono de Dios y de los hombres.
Ramillete espiritual. ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Transcrito por José Gálvez Krüger para ACI Prensa.
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