La
devoción a las imágenes al Corazón de Jesús
El
que ama se consuela en algún modo de la ausencia de su amigo considerando su
retrato al cual lleva consigo, lo besa con ternura, y lo mira con frecuencia.
Otro tanto nos aconseja hacer el devoto Lausperge con respecto a las imágenes
del Corazón de Jesús. Tengan, dice, para conservar su devoción, alguna imagen
de este Corazón adorable; colóquenla en algún lugar donde puedan verla a
menudo, con el fin de que su vista excite en ustedes el fuego del amor divino.
Bésenla con la misma devoción con que besarían al Corazón mismo de Jesucristo;
entren en espíritu hasta ese Corazón divinizado, imprimiendo el suyo en él con
una ardorosa fuerza, sepultando en él su alma entera y esforzándose por atraer
hacia ustedes el amor que reina en el Corazón de Jesús, sus gracias, sus
virtudes; en una palabra, todo lo que encierra este Corazón Sagrado, pues es el
manantial inagotable de todos los bienes.
Además,
si esta práctica no fuera provechosa, ¿enseñaría la Iglesia el culto de las
santas imágenes? Santa Teresa dice en su vida con esa admirable sencillez que
la caracteriza: “No siéndome muy fácil recordar, a menudo, los objetos, me
gustaban en extremo las imágenes”.
¡Ah!
Desgraciados de los que pierden por su culpa los socorros que podían sacar de
ellas. Tales personas demuestran bastante que no aman a nuestro seño; porque si
lo amasen, se regocijarían al ver su imagen, así como los hombres se alegran
mucho al mirar el retrato de la persona amada. Pero nada debe excitar tanto en
ustedes esta veneración hacia las imágenes del Corazón de Jesús, como el placer
que él experimenta cuando lo honramos. He aquí lo que dice Santa Margarita
María: “un día, que era el de San Juan Evangelista, después de la sagrada
comunión, se me presentó el Corazón de Jesús como en un trono de fuego cuyas
llamas más brillantes que el sol esparcían su luz por todos lados. La llaga que
recibió sobre la cruz se percibió se percibió en el visiblemente; estaba además
coronado de espinas y ornado de una
cruz. MI divino Salvador me hizo conocer que estos instrumentos de la pasión
significaban que el amor inmenso de su Corazón para con los hombres había sido
el principio de todos sus sufrimientos; que desde el primer instante de su
encarnación había tenido presentes todos aquellos tormentos y ultrajes; que desde
aquel momento, la cruz fue plantada en su Corazón, por decirlo así; que desde
entonces aceptó todos los dolores y humillaciones que su santa humanidad había
de sufrir durante el curso de su vida mortal, como también todos los agravios a
que había de exponerle su amor por los hombres, permaneciendo con ellos en el
Santísimo Sacramento hasta el fin de los siglos.
“Mi
Salvador, añade ella, me ha asegurado que le complacía mucho ver los
sentimientos interiores de su Corazón y de su amor honrados bajo la figura de
este Corazón de carne, tal cual me había sido manifestado, rodeado de llamas,
coronado de espinas y colocado debajo de una cruz, y que era su voluntad que
una tal imagen de ese Sagrado Corazón fuese presentada al público, con el fin,
añadió mi amable Redentor, de enternecer el corazón insensible de los hombres;
al mismo tiempo, me prometió que derramaría con profusión los tesoros de
gracia, que su Corazón posee en un grado inmenso, sobre los que le tributasen
este honor y que, donde quiera que esta santa imagen fuese colocada para
honrarla especialmente, atraería los favores del cielo”.
Refiérese
que los habitantes de Antioquia detuvieron un terremoto escribiendo en las
puertas de sus casas: Jesucristo está con nosotros, detente.
Llevemos
sobre nuestro Corazón la imagen del Corazón de Jesús, y entonces, desafiando
con valor al enemigo de nuestra
salvación, en todas nuestras tentaciones podremos decirle: El Corazón de Jesús
está conmigo, detente.
Obsequio:
Llevar consigo una imagen o medalla del Corazón de Jesús; tener una en su
oratorio, procurando, en cuanto sea posible, que haya una capillita dedicada
especialmente a su culto en la parroquia del lugar en que uno vive.
Jaculatoria.
Vamos con confianza al trono de la gracia, al Corazón de Jesús, a fin de
experimentar los efectos de su misericordia y hallar en él la gracia en la
necesidad.
Práctica
de la Hora Santa
Estando
de rodillas, figúrate alma cristiana estar a la entrada del huerto de los
Olivos, de aquel huerto testigo de los inmensos dolores de un Dios Redentor…
Besa la tierra como si verdaderamente fuera la de ese misterioso jardín. Haz de
todo corazón actos de fe, esperanza y caridad, y reza, penetrada de dolor para
tus pecados, reconociéndote indigna de pasar una hora con Jesús agonizante.
Primera
postración de Jesús
Primera
consideración
Considera,
alma compasiva, a tu dulcísimo Salvador, orando postrado y como anonadado,
solitario en aquel triste jardín, abandonado de sus apóstoles, pues se habían
entregado al sueño… Olvidado de todos… y quizá olvidado de tu mismo corazón…
Dirige tus miradas hacia este Dios afligido… Permanece de rodillas y pídele
perdón por tus extravíos, rezando cinco Padre nuestros y agregando esta
aspiración: ¿Por qué, oh buen Jesús oh benigno Salvador, te he abandonado tanto
tiempo? ¡Oh hijos de los hombres, vengan y manifiesten sincero amor a su divino
Redentor!
Segunda
consideración
En
seguida, considera cuán grande debió ser la aflicción del Corazón de Jesús al
ver que los ángeles lo habían dejado, que su Madre Santísima se hallaba lejos
de él, y que su Padre Celestial lo miraba con indignación a casa de tus pecados
con los cuales se había cargado voluntariamente… Un silencio espantoso rodea a
Jesús por todas partes, y no ve más que la imagen de la muerte más cruel… ¡Ah!
Compadécete de su dolor, consuélalo, haciendo de todo corazón cinco actos de contrición,
en unión de los santos penitentes,
Tercera
consideración
Figúrate
que Jesús se levanta a duras penas, y se adelanta hacia sus discípulos… Piensa
que te mira con bondad y repite nueve veces con el fervor de los ángeles: ¡Oh
Jesús! Yo te amo; sí te amo de todo corazón.
Segunda
postración
Primera
consideración
Jesús,
después de haber dejado a sus apóstoles, vuelve a orar por segunda vez. , alma
fiel que oyes s dulce voz que exclama, agobiado del dolor más profundo: triste
está mi alma hasta la muerte… y que volviéndose hacia ti añade: Tus
innumerables ingratitudes son las causas de
mis tormentos… Redoblado de fervor, dile excitándote a un verdadero
arrepentimiento de tus pecados, y uniendo tus oraciones y tus lágrimas a las de
san Pedro después de su caída: ten piedad de mí, Oh Dios mío, según tu gran
misericordia, y según la multitud de tu clemencia, borra mi iniquidad.
Segunda
consideración
Considera
al buen Jesús afligido de más en más, sucumbiendo bajo el peso de su profunda
aflicción. Imagínate que ves su divina cabeza inclinada hacia la tierra… su
sagrado rostro, en cuyo semblante se ve estampada la imagen de su extremo
dolor. Este amorosísimo Salvador se halla de más en más afligido a la vista del
endurecimiento de los hombres que no quieren volver hacia él, prefiriendo la
senda de la iniquidad a la de la justicia: lo que aumenta su pena es tu falta de energía en vencer tus
pasiones.
Tercera
consideración
Figúrate
estar de rodillas cerca de Jesús agonizante, y dile tres veces: ¡Yo soy, Oh
Salvador mío, aquella ingrata oveja que buscaste, llamaste y que, por tanto
tiempo, ha permanecido sorda a tu voz! Heme aquí, ¡Oh amable Pastor mío! No
llores más por tu rebelde hijo. ¿Deseas mi alma? Aquí la tienes, cubierta de
miserias y herida por sus propios pecados. Pero Tú, Oh Médico caritativo, has
dicho: vengan a mí los que están cargados y yo los aliviaré. Animado de esta
confianza, cedo gustoso a tus amorosas solicitaciones y nuevamente te ofrezco
mi alma: haz que sea tuya para siempre. Vengan pecadores, vengan ovejas
descarriadas; vengan todos los que como yo se han alejado del Buen Pastor;
consolémosle con nuestra sincera conversión y apresurémonos a tomar parte en
sus dolores.
Cuarta
consideración
Mira,
sobrecogida de admiración, a tu Dios en el colmo de la aflicción, y cómo entra
en agonía: apenas respira y parece sucumbir de dolor previendo que sus
sufrimientos serán inútiles a un sinnúmero de hombres ingratos, que se perderán
a pesar de todo lo que hace por ellos… Tú mismo también lo ofenderás… dile pues
de todo corazón: Dios mío, prefiero morir mil veces antes que ofenderte. Añade
cinco actos de caridad y al decir, amo a mi prójimo como a mí mismo, haz
intención de prometer a Jesús, que trabajarás en ganar almas a su servicio
Quinta
consideración
En
seguida, dirige tus miradas con amorosa confianza hacia Jesús…óyele poseído del
dolor más profundo, pero resignado: Padre mío, si es posible, has que este
cáliz se aleje de mí; sin embargo que no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Únete a este divino Maestro, y repite con él las mismas palabras.
Jesús
se levanta y va a sus apóstoles; más hallándolos dormidos, vuelve penetrado de
tristeza al lugar de su oración.
Tercera
postración
Primera
consideración
Contempla,
alma cristiana, a tu amante Salvador nuevamente postrado, pálido y desfigurado,
cubierto de un sudor de sangre, y casi a punto de dar el último aliento… Su
alma angustiada ve de antemano con el más profundo abatiiento los sufrimientos
que se le preparan.
Repasa,
en compañía de Jesús los dolorosos pasos de su pasión. En primer lugar, el beso
del traidor Judas… ¡Ah! Llora amargamente por haber sido pérfida tu también,
hacia Jesús por tus comuniones tibias, tal vez sacrílegas, Erré como oveja como
oveja que se perdió, ¡Oh mi Dios, mi Salvador y el más paciente de todos los
padres! Perdóname y no me castigues según el rigor de tu justicia.
Segunda
consideración
Mira
a Jesús cuya agonía se prolonga… piensa con él en su cruel flagelación: ya su
cuerpo no es más que una llaga y sus pies nadan en su sangre… La columna en que
está atado se halla cubierta de sangre y los pedazos de su carne están
esparcidos por el suelo… ¡Ah! Es para expiar tus inmodestias, tus vanidades, tu
gula y pereza que el inocente Jesús sufre tantos tormentos… Permanece al lado
de Jesús y di siete veces, uniéndote a María, Madre de dolores la siguiente
aspiración: ¡Oh amabilísimo Jesús! ¿por qué no me es permitido recibir yo mismo
los golpes que despedazan tan cruelmente en tu carne virginal?
Misericordiosísimo Salvador, por mí has recibido tantas heridas! ¿Por qué te he
amado tan poco? Divino redentor mío, sí, prometo amarte con todo mi corazón:
desde ahora quiero vivir, sufrir y morir por ti”.
Mira
aun al dolorosísimo Jesús, une tus pensamientos a los suyos… Figúrate que lleva
la cruz a cuestas… ¡Oh que cruz tan pesada! Nuestros pecados aumentan de tal
modo su peso que cae tres veces bajo esa terrible carga… repite tres veces: ¡Oh
cruz santa! Esperanza mía, no agobies al inocente Jesús; yo soy la culpable; yo
soy la que debe sufrir y morir.
Tercera
consideración
Considera,
alma compasiva, a tu divino Salvador, que llegando al calvario, es despojado de
sus vestidos, le traspasan sus manos y pies, levantan la cruz… Míralo con amor
y escucha sus últimas palabras…Abraza la cruz y di cinco veces con el buen
ladrón (por ti y tus parientes): Dulcísimo Jesús, concédenos la gracias de una
sincera conversión y la perseverancia final. En seguida, dí tres veces
uniéndote con las santas mujeres: Oh Jesús! Soberano Maestro y amorosísimo
Padre, mi corazón siente un vivo pesar al recordar los crueles dolores que has
sufrido en la cruz. No, jamás me separaré de ti: la bondad con que derramas
hasta la última gota para expiar mis innumerables pecados, penetra mi ama de
gratitud, a fin de manifestarte mi reconocimiento quiero entregarme a ti para
siempre.
Toma
el crucifijo y besa con amor y respeto las cincos llagas del Salvador, diciendo
a cada una de ellas: Jesús, amor mío, siempre te amaré.
Cuarta
consideración
Considera
cómo se sobrecoge de espanto la santa humanidad de Jesús a vista del amargo
cáliz que se le presenta y del que ha de beber hasta las heces… He aquí que
vuela el ángel consolador y que, acercándose respetuosamente a su Señor y Creador,
lo levanta. Piensa que te muestra a Jesús, diciéndole: ¡Ah! ¿Quieres dejar de
perecer eternamente esta pobre alma? Y que Jesús, mirándote con ternura, le
responde; “No, por ella moriré gustoso… Aquí guarda un profundo silencio; pues,
¿qué podrías decir para corresponder a tal exceso de amor? Mas entrega tu
corazón a los sentimientos de gratitud que te inspira la generosidad de tu
bondadosos Redentor.
Quinta
consideración
Oye
ahora los pasos del traidor Judas que, entrando en el jardín, viene a apoderarse
de Jesús.. Besa la tierra como si besaras los helados pies de tu Salvador… Ve
como se levanta y te consuela con la
mirada llena de dulzura, y como deja su oración y va morir para salvarte…
síguelo, repitiendo siete veces: ¡Oh buen Jesús! Pues que vas a morir por mí,
yo también quiero morir por ti!
Puesto
de rodillas, como si estuvieras en el lugar justo donde el Salvador estuvo en
agonía, haz doce actos de amor uniéndote a la Magdalena penitente. Retírate
dando gracias a Dios, reflexionando en la felicidad que has tenido de pasar una
hora en compañía de Jesucristo agonizante, y en los intervalos del sueño,
recuerda el lugar sangriento de su agonía. Al otro día repasa en la memoria las
reflexiones que más conmovido tu alma durante la Hora Sanra y permanece en un
piadoso recogimiento.
Oración
al acostarse
Ábreme
tu corazón, oh Jesús, pues él es el lugar de mi descanso; en él quiero morar
toda mi vida y dar el último suspiro. ¡Ojalá que en él pudiese ofrecerte
continuamente el mío! Haz, o amable Salvador, que mi corazón se una tan
estrechamente al tuyo, que yo pueda decir, como la esposa de los Cantares: “Yo
duermo, mas mi corazón vela…” ¡Oh Jesús! Vela sobre mí mientras duermo. Uno el
reposo que voy a tomar al santo descanso que tú tomaste en este mundo; quiero
tomarlo con los mismos fines que tú, Oh Jesús, y para mayor gloria de tu Eterno
Padre, a fin de que permaneciendo siempre unido a ti, esté siempre ocupado de
Dios.
En
tus manos, Señor encomiendo mi espíritu.
Transcrito
por José Gálvez Krüger para ACI Prensa.
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